Escuela de tortugas
21 de octubre de 2020
El programa “head starting” de cría de neonatos procedentes de nidos hallados en la playa ayuda a la conservación de la tortuga boba.
La Fundación Oceanogràfic cuida, estudia y enseña durante un año a los pequeños quelonios a identificar y enfrentarse a los elementos adversos en alta mar.
Hasta ahora se ha soltado en el mar 216 individuos que han pasado por el protocolo de crecimiento.
Cuando una tortuga nace, sigue un instinto natural irrefrenable de rebasar la franja de la playa y entrar en el agua, a pesar de que eso vaya a suponer una inevitable masacre: de cada mil tortuguitas, sólo una tendrá la suerte de sobrevivir.
Porque sus depredadores aguardan el gran festín que suponen cientos de animalitos avanzando convulsivamente hacia el agua… a campo descubierto.
Porque se trata de unos seres diminutos que se adentran en el gran mar. Apenas miden 6 centímetros y pesan 17 gramos, con un caparazón de frágil resistencia y una mínima capacidad de desplazamiento.
Cambio climático y cambio de hábitos
Las que logran llegar hasta el mar, luego se enfrentan a las inclemencias de un medio hostil, al cansancio, a la falta de alimento, a la ingestión de plásticos de todo tipo y basura en general, a nuevos ataques de depredadores, a la extracción accidental de pesca, al cambio climático….
Son precisamente las alteraciones ocasionadas por el cambio climático las que se señalan como favorecedoras de la anidación de la tortuga boba (Caretta caretta) a este lado del Mediterráneo. Zonas habituales de puesta como Grecia o Turquía sufren cada vez temperaturas más altas, lo que supone un lugar no tan favorable para la supervivencia de la especie. La naturaleza, sabia, busca nuevos lugares para perpetuar esta especie.
La Fundación Oceanogràfic trata de ayudar a esta colonización, que es como se entiende desde el punto de vista científico el incremento de nidos observado en el litoral español en la última década. Una de las herramientas para favorecer la colonización es el programa de “head starting”, donde el principal objetivo es aumentar la supervivencia de estas delicadas criaturas durante los primeros meses de vida y que alcancen un tamaño y vigor que les permita evitar a la mayoría de los depredadores una vez el mar. Este programa se enmarca en una estrategia nacional impulsada por el Ministerio de Transición ecológica y Reto Democrático y las diferentes comunidades autónomas en el que participan multitud de instituciones, desde universidades y centros de investigación a diferentes colectivos y voluntarios a lo largo del litoral mediterráneo.
En las instalaciones del Área de Recuperación y Conservación de Animales del Mar (ARCA del Mar) del Oceanogràfic se trabaja duramente y con rigor para alimentar y desarrollar en las mejores condiciones a las neonatas. Muchas de ellas han sido incubadas en el área de veterinaria de la Fundación y otras han sido remitidas, así mismo, por otras instituciones que colaboran con el Oceanogràfic como los gobiernos autonómicos de Cataluña, Murcia e Islas Baleares.
Hasta ahora suman 216 animales que han seguido el protocolo y han entrado al mar en cuatro ocasiones sucesivas, sin contar las 53 que este año se encuentran en las instalaciones.
Además de facilitar su progresión biológica, los miembros de la Fundación e investigadores propios y de otros centros aprovechan la accesibilidad de estos individuos en los tanques del ARCA del Mar para estudiar su desarrollo, su comportamiento, su actitud ante elementos adversos o propicios, sus costumbres alimenticias, las principales patologías que les afectan y el desarrollo de tratamientos, etc., en definitiva, un sinfín de oportunidades de una fase de estas especies a la que hasta hace bien poco se la conocía como “los años perdidos” ya que estas pequeñas tortuguitas desparecían en el mar y poco se sabía de ellas hasta que alcanzaban mayores tamaños y se dejaban ver por otros lugares.
Seguimiento de un viaje a lo desconocido
Cuando llega la hora, normalmente alrededor de un año después de su nacimiento, las tortugas que han sido criadas en estas instalaciones se sueltan en el mar. Es un gran momento emocional para los que las han cuidado y sirve, sobre todo, para divulgar y concienciar de su situación de amenazados y de cómo el ser humano influye negativamente en su vida.
Nuevamente, no sólo es un acto en favor de su conservación, sino también para su estudio, puesto que el tamaño alcanzado tras este período permite dotar a algunos de estos juveniles de un dispositivo para su seguimiento durante unos meses. Se trata de un emisor de señal satélite que permite rastrear el recorrido y hábitat del animal, lo cual aporta unos datos para la ciencia inestimables con los que se incrementa el conocimiento de la especie y las posibilidades de poder protegerlos.
Y lo mejor de todo. Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora permiten un gran optimismo, porque los porcentajes de supervivencia de estos animales al entrar al mar están en torno a un 90%, lo que significa un éxito para la conservación de la especie, dado que se estima que, en condiciones naturales, sólo sobrevive a su entrada al mar una tortuga de cada mil que nacen.